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Cuando una enfermedad muestra sus síntomas en nosotros, éstos hay que entenderlos solamente como manifestaciones físicas y psíquicas de dicha enfermedad.

Decía el Doctor Edward Bach: “La enfermedad no es una crueldad ni un castigo, sino solo y únicamente un aviso; es un instrumento del que se sirve nuestra propia alma para mostrarnos nuestros errores, prevenirnos de otros e impedirnos cometer más daños, para devolvernos al camino de la verdad y de la luz, del que nunca deberíamos habernos apartado”.

El doctor Bach desarrolló un sistema médico cuyo axioma básico indica que “la enfermedad es el resultado de un desequilibrio emocional”. Por tanto, el agente curativo deberá actuar sobre las causas y no sobre los efectos, es decir, corrigiendo el desequilibrio emocional existente en el campo energético.

En este axioma basó sus investigaciones, que se tradujeron en 38 emulsiones naturales extraídas de otras tantas flores silvestres de la región de Gales, cuyas propiedades curativas fueron descubiertas por él mismo.

El hecho de que cada uno de nosotros tenga una personalidad y que nuestros estados de ánimo evolucionen de manera diferente, hace que el remedio floral que funciona para una persona no necesariamente funcione para otra. Volvemos por tanto a la idea de que el ser humano es demasiado complejo para poderle aplicar un tratamiento generalizado que lo cure de sus males. Los terapeutas empleamos, o deberíamos emplear, varios métodos para establecer qué remedio, de los específicos para un desequilibrio concreto, es el adecuado para determinada persona y qué otro no tendría ningún efecto sobre su sistema emocional.

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